martes, 17 de mayo de 2011

Es el momento de la Coca (Mallorquina).


Si alguien alguna vez pensó que era tarea imposible que la selección española de fútbol ganara un mundial -dios sabe las pruebas de fe que nos pusieron Arconadas y árbitros egipcios- ahora estará viviendo una alegría tremenda, a la vez que tendrá claro que por muy difícil que parezca una empresa, con esfuerzo, dedicación, profesionalidad y empeño se puede conseguir.
Pues bien; es la hora de desbancar mundialmente a la comida italiana del primer puesto y sustituirla por la española.
No soplen, no suspiren, no piensen que es imposible, sólo hace falta inteligencia y un buen plan. Y yo lo tengo.
Sin duda habrá que comenzar nuestra hazaña por los Estados Unidos de América. Desde que conquistamos América no hemos vuelto nunca a poner una pica en Flandes allí. Lo hispano ha sido siempre de segunda, caché de inmigrante ilegal que vive de las propinas de los restaurantes o del servicio doméstico. Nada peligroso ni nada a tener en cuenta. En cambio los italianos, aprovechando flaquezas del sistema -la ley seca por ejemplo-, supieron pisar firme, con elegancia, personalidad y alegría y supieron cómo llenar las calles de Norteamérica de pizzas, pasta y lasañas, sin olvidarnos de sus vinos de medio pelo y sus manteles a cuadros. No podemos más que alabar esta épica labor y quitarnos el sombrero ante tan magna campaña de márquetin llevada a cabo por nuestros vecinos mediterráneos que supieron cómo universalizar su Italia y adaptarla a los paladares, estéticas y formas norteamericanas.
Tuvimos nuestra primera oportunidad en 1.992. La Expo, los Juegos Olímpicos, la moda española y Almodóvar llenaban de afiches y banderolas las calles de Los Ángeles. En Rodeo Drive lucían los modelos de media costura españoles en los mejores escaparates, nuestras actrices asombraban con sus estrafalarios vestidos en las galas cinematográficas, nuestro príncipe, con sus inseparables infantas, estaban de turné interminable por esas tierras exhibiendo juventud y deporte a partes iguales. Pero de comida ni papa. Lo máximo que se había conseguido hasta la fecha era esa infame paella cocinada por nuestra Anita Obregón a un perplejo Spilberg que se frotaba las manos pensando en lo bien que se trabajan los papeles los actores españoles. Nuestra Ana sacó un papelillo en la serie del "Equipo A"; de la paella nunca más se supo.
En la tierra de las oportunidades quien deja escapar una puesta en bandeja como la que tuvimos los españoles en el ´92 lo paga muy caro. Ni siquiera pudimos colocar la tortilla de patata en los bares de segunda fila de Manhattan, ni el Rioja, ni el pan´tomaca. Desolador.
Ahora ha cambiado todo. En New York se vuelve a hablar español, pero esta vez en los restaurantes, galerías de arte y oficinas inmobiliarias, nuestro "Tempranillo" -dígase con el acento texano genuino- va de copa en copa, el cocinero José Andrés es nombrado el mejor cocinero americano de este año, lo español vuelve a vender. Pero ojo, no nos durmamos en los laureles -ni en los oréganos-, todo lo conseguido hasta la fecha -engaños "made in" Adrià también- puede ser la puntilla que nos desterrará para siempre de poder colocar a nuestra comida donde se merece sino somo capaces de que Iniesta meta el gol. Nunca conquistaremos el mundo con la paella, ni con los callos a la madrileña, ni siquiera con las lentejas estofadas; platos todos muy buenos y de mucha tradición patria, pero dificilísimos de cocinar, comer y explicar además de fáciles de estropear en manos de cocineros no experimentados como son los estadounidenses. Allí la gente come mal, rápido, en cualquier lugar, a cualquier hora, riega sus comidas con bebidas gaseosas de sabor más fuerte que el Red Bull y tienen los paladares totalmente deshubicados y desmemoriados por culpa de la multiculturalidad de las grandes capitales. Unas buenas lentejas no pegan con todo eso.
Pero, y ahora viene mi plan, debemos aprovechar la cruzada de Mrs. Obama contra la obesidad y las calorías de sobra que cada día ingieren de más los yankees. Debemos aprovechar también que la selección española de fútbol será recibida por su marido en el mes de Junio. Debemos aprovechar el tirón de José de Andrés. Y, por supuesto, debemos aprovechar nuestra sana, fácil, sabrosa y concreta cocina mediterránea -iba a escribir mallorquina, pero si lo hago no siguen ustedes leyendo-.
La Coca Mallorquina está llamada a desbancar a la pizza. Su origen es el mismo, la facilidad con la que se cocina también, su versatilidad es infinita, sus presentaciones interminables, la combinación de alimentos que soporta es abismal. Pero es sana. Quitándose el peso calórico del queso, el peperoni (chorizo) y la salsa de tomate, es un plato bajo en calorías y colesterol. Se puede comer en Central Park, en el metro, viendo a los Lakers y de menú en un colegio pijo de Beverly Hills preocupado con la alimentación de sus alumnos. La perfecta combinación de trigo, aceite de oliva, vegetales, algo de carne o pescado si se quiere y hierbas aromáticas es tan simple y sabrosa a la vez que ningún paladar, por muy viajado que esté, se resistirá a sus encantos. Si se dejan caer unas anchoas, aceitunas, trocitos de lomo adobado, atún o jamón serrano sobre ella combinará perfectamente hasta con un Dr. Pepper. La Coca de Pimientos Rojos, por ejemplo, con lomo de cerdo adobado, con ese punto de dulzor será irresistible para los paladares demasiado acostubrados a los azúcares en sus comidas.
Ya lo estoy viendo. Todos los americanos con sus bandejitas de cartón rectangulares, mordiendo una etérea Coca de Trampó aliñada con un chorrito de aceite virgen de Jaén, sentados en el parque, sobre el césped, hablando de los Lakers y discutiendo si la tortilla de patatas es mejor con o sin cebolla.
Luego vendrán los Cocarrois, las Empanadas, los Robiols,... todo muy manejable, muy transportable y muy sano. Pero eso ya sería otra historia.
¿Algún voluntario para tan magna tarea?


Gracias a SARA por su maravillosa foto.

martes, 3 de mayo de 2011

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