En los 80. Parece que no pasa el tiempo; ni por él ni por sus calderetas.
Hablar de Manolo es echar la vista atrás y recordar los mejores tiempos vividos con mi familia alrededor de una mesa en un restaurante; ha alimentado a cuatro generaciones, desde mis abuelos hasta mi hijo, y eso es algo que no olvidaremos nunca, y espero que él tampoco.
Llegó a Mallorca casi a la par que yo lo hice, allá por el año 1973, nunca le pregunté porqué ni en que circunstancias, no me suelo entrometer en la vida privada de nadie, pero seguro que su historia anterior a la mallorquina es también interesante. Gallego de naturaleza, actitud y tradición; después de casi cuarenta años en Mallorca no ha perdido ni un ápice de su acento, filosofía vital y buen hacer gastronómico de su tierra natal y, tan solo por eso, merece un monumento en estas tierras mallorquinas donde casi todo se ha perdido y donde casi nadie sabe ya comer ni cocinar.
Rápido, reflexivo, inteligente, como buen tiburón sabe como tratar a cada cliente, como buen gallego tiene una cara para cada uno de ellos; "Manolo, he is so charming!!!" comentaban el otro día unos clientes ingleses. ¿Encantador Manolo? Que se lo pregunten a mi padre que, la mayoría de veces se hablan a gritos, con monosílabos y solo para negociar el precio de un vino o de las gambas.
Conoce el negocio a la perfección, los productos de la zona no tienen secretos para él. Sabe el punto de cocción de cada pescado o carne y, lo más importante, adivina el que quiere el cliente. Su éxito es simple: lo mejor a el mejor precio. Sabores básicos, caseros, simples; productos frescos, de temporada, cercanos. Para Manolo cada servicio es una batalla que nunca da por ganada, sabe que algo siempre se puede torcer, cada minuto cuenta, cada camarero es vital, en cocina no hay descanso, pero el cliente ni lo nota. Como en nuestro ciclo diario vital todo comienza cuando sale el sol y acaba a una hora incierta en la que la gran mayoría de nosotros descansa, siempre lo mismo, siempre tan diferente. Manolo descansa cuando ha recogido sus naves, cuando ha ganado la batalla y casi todos sus clientes permanecen extasiados por la comida o en estado de gracia por la bebida, entonces se sienta en tu mesa y se fuma un cigarrito hablando de lo mal que va todo, de lo poco que vende y de que este año sera el último... gallego hasta la muerte.
Nuestra relación comenzó a principios de los setenta, la casualidad y los dioses quisieron que su primer destino fuera un establecimiento vecino a casa de mis abuelos: el ya mítico "Hostal Bahía" del Puerto de Pollensa. Allí aprendió todo lo que necesitaba para triunfar como mesonero. Pronto entabló amistad con mi abuelo, padres y tíos que, desde ese instante, le siguieron como fieles apóstoles allá donde el iba. El Club Náutico y sus famosas calderetas y pescados, La Bolera y sus paellas ("Un día sacamos mas de 250 en un servicio de tres horas" nos comentaba hace poco), el Bar Kati, tristemente extinguido y cenit de su carrera, su mayor diversión y la nuestra, El Pozo, su primera gran aventura empresarial y por ultimo Na Ruixa (o Casa Manolo como nos gusta llamarlo a nosotros), el que dice será su último destino y donde quizás obrará sus últimos milagros antes de desaparecer para luego resucitar en algún sitio tranquilo de su Pontevedra natal.
En la memoria siempre nos quedaran esas mañanas en el Bar Kati donde, a ritmo de mejillones y sangría, pasaban largas horas mis padres con sus amigos y nosotros, los chavales, contentos en la playa a nuestras anchas, sabiendo que no comeríamos antes de las cuatro de la tarde. Esas calderetas de langosta cuando nos lo permitía el bolsillo, y cuando no, esas cenas de "picada y pa amb oli" que tanto le enfurecían por ocupar una mesa de catorce pero nos servía con perfección y dedicación, el último cumpleaños que celebró mi abuelo, la comida de antes de mi boda, el bautizo de mi hijo, tantas veladas y celebraciones que sería aburrido enumerarlas.
En el recuerdo queda la perfección de la materia prima, la exquisitez de la cocción, su simpatía, buen hacer y profesionalidad, la cercanía y familiaridad con la que nos sentamos en su casa y nos trata como en si estuviéramos en la nuestra.
Espero que mi hijo tenga mas tiempo de disfrutarlo; por ahora sólo come croquetas y merluza a la romana si se las pone Manolo. Intuyo que algún día tendremos que ir en peregrinación hacia Pontevedra a que nos de de comer y convencerle para que se quede unos añitos más en el Puerto de Pollensa y siga dando autenticidad y profesionalidad a un sitio que, habiendo perdido casi todo el glamour que tenía, sigue conservando alguno de sus estandartes como él.
Alguien debería nombrar "Mesonero Real del Puerto" a Manolo a ver si así le engañamos (algo muy difícil de hacer a un gallego) y se jubila aquí.
Restaurante Na Ruixa. Casa Manolo.
Carretera de Formentor esquina con calle Méndez Núñez.
Port de Pollença.
TEL: 971 866 655.
Conozco al personaje y sí, es un profesional como la copa de un pino, de los de antes, de los de toda la vida. Un clásico.
ResponderEliminarsi yo tambien conozco al personaje, aparte de ser el mejor gastronomo es el mejor padre y el mejor tio q cualqiera qisiera tener .besos la sobrina gallega
ResponderEliminarOlé por la sobrina gallega. Así da gusto.
ResponderEliminarEs cierto que Manolo es una gran persona. Sólo tiene un defecto: trabaja demasiado!!!
El mejor tee-bone del mundo y la mejor terraza del Puerto.
ResponderEliminarmejor t-bone mejor paella y todo da gusto comer alli urra por manolo y su restaurante
ResponderEliminarHip, hip. Urra!!!
ResponderEliminarUn saludo.
Creo que en cuanto tenga oportunidad voy a ir a probarlo.Gracias por la recomendación!
ResponderEliminarSaludos
No te arrepentirás.
EliminarEspera al buen tiempo y cena fuera en la calle. Hay buen ambiente y los Gin-Tonics duran hasta tarde en verano.
Un saludo.